Sólo cuatro kilómetros al sur de las urbanizaciones de La Manga, existe un litoral intacto de afiladas puntas de pizarra, bosques de pinos carrascos y sabinas moras, dunas y grandes playas. Por no haber, no hay ni casas a la vista y las calas recogidas ofrecen la intimidad perfecta para desconectar. Es como si, al doblar el cabo de Palos, se viajara por un túnel del tiempo a la ribera que vio Asdrúbal el Bello, fundador de Cartagena.
Otra joya del Parque Natural de Calblanque son sus salinas, donde habita el fartet, un pececillo carnívoro en peligro de extinción y tan difícil de hallar como la soledad en la costa mediterránea. Excepto aquí, claro.
Al lado mismo de Calblanque está cabo de Palos, puerto y reserva marina (junto con las Islas Hormigas, que son su prolongación) ideal para organizar una jornada de buceo con amigos entre los muchos barcos que se han ido a pique en estos peligrosos bajos: el mítico transatlántico Sirio, el Carbonero, el Naranjito… Y sin preocuparnos demasiado por el tiempo que va a hacer pues raro es el día que en esta zona no brilla el sol.
Playas vírgenes y espectaculares fondos marinos.
También es el sitio indicado para degustar el típico caldero (arroz, pescado y productos de la huerta cocinados en un recipiente de hierro fundido, de ahí su nombre), un manjar de pescadores que podemos degustar en familia o en pareja en los restaurantes La Tana y Miramar. Otro buen plan es acercarse hasta Cartagena. Entre visitas a museos como el Nacional de Arqueología Submarina ARQVA o al Teatro Romano, que gustará tanto a mayores como a niños, siempre podemos degustar unos michirones, el guiso típico de la zona a base de habas secas, hueso de jamón y chorizo.
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